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lunes, 7 de mayo de 2012

Un Gallo cual ave fénix

Nuevo saldo ganadero en Las Ventas
Madrid, 6 de mayo de 2012. Menos de un cuarto de plaza. 5 toros de Martín Lorca, mansos en general, descastados y flojos, de desigual presencia, apenas destacó el juego del cuarto; y 1 toro de Escribano Martín (3º), manso, descastado y brusco. Salvador Vega, silencio y silencio (av.). Eduardo Gallo, vuelta en ambos. Oliva Soto, silencio (av.) y silencio.

Parece que la casta y la bravura se vuelve a medir en libras carniceras… La tarde venteña de ayer domingo tuvo dos principales protagonistas, uno –positivo- fue un diestro salmantino que volvió, cual ave fénix, a renacer de sus cenizas, a retomar aquel desandado camino que de novillero le hizo salir en volandas de la catedral del toreo- como en su día la llamase Alberto Vera, Areva-, que se plantó gallardo y desafiante en la valla del corral, pidiendo su sitio y elevando un retador kikirikí al acomodaticio e interesado escalafón. El segundo protagonista –negativo- lo fue el conjunto del ganado lidiado en la que se dice primera plaza de toros del orbe taurómaco. Una corrida de Martín Lorca –de cuyo hierro sólo se lidiaron cinco astados, siendo el restante (el tercero) de Escribano Martín, segundo hierro familiar- de desigual presencia y hechuras –sin culata el inicial-, bajos de casta –con la honrosa, a mi juicio, excepción del cuarto- y en esa etérea frontera entre la toreabilidad, la invalidez y la mansedumbre absoluta. Alguno, incluso, transitó por todos los estados declarados, traspasando esa delgada línea roja para uno y otro lado a medida que fue transcurriendo la lidia. Carne sin alma, kilos sin casta, más dignos de matadero industrial que de templo de la estética y el arte, de la ética de la vida y la muerte.

El cuarto de la tarde, Pomelo, castaño, 520 kg. Foto: las-ventas.com.
Centrémonos, eso sí, en la parte más negativa, para dejar al fin ese buen sabor de boca con el que salimos comentando y hablando de toreo del coso. Hubo un primero que de manso en varas –con el subsiguiente desastre del orden de lidia, entrando y saliendo suelto de los caballos, cabeceando en su pelea ante el peto-, pasó por la fase de las caídas –cinco entre la primera vara y la segunda serie en la muleta-, que luego embistió con suavidad, dulzura y humildad –aunque sin terminar de emocionar, entregarse o humillar-, para rajarse ante la desesperación de Salvador Vega en el último trance. En positivo, pues, tres o cuatro tandas muleteriles, lo demás para el inmisericorde carnicero. El segundo anduvo entre la mansedumbre, el descaste y el comportamiento borreguil, asimismo sin entrega alguna, y yendo muy a menos rápidamente. El tercero de los lidiados exhibió más mansedumbre –no tan ostentosa como la de sus hermanos-, para terminar brusco y descastado en las postrimerías de su triste existencia; era el remiendo del hierro titular. El lunar, en positivo, del encierro fue un cuarto que tomó una buena primera vara –no así la segunda-, y que embistió con cierta clase y codicia a la franela; que estuvo por encima de su lidiador –el malagueño Vega- y que fue ovacionado –quizá algo exageradamente- en el arrastre. La venganza  de los públicos, en Las Ventas o en cualquier otro coso, se centra en esas ovaciones a la víctima del sacrificio cuando el oficiante no ha estado a la altura de las expectativas, de las exigencias que requiere el arte, de las posibilidades razonadas o soñadas de los fieles. La corrida, por desgracia, volvería a los derroteros iniciales con el quinto, un nuevo escollo prácticamente insalvable para Gallo, que tuvo que vérselas frente a un marmolillo –tal parecía esculpido en pétreo material en el último tercio-, manso, soso, flojo y descastado; un lujo para cualquier tratante de bueyes; la anti-naturaleza del toro de lidia. Y cerró la tarde otro bicho que manseó en el primer tercio, pasó entre caídas su corta vida, y terminó recordando perpetuamente lo que dejaba atrás, incómodo y desagradable.
Tampoco tuvieron su día –esperemos que en su caso sólo sea pasajero, porque nos han demostrado lo contrario-, ni Salvador Vega, ni Oliva Soto. Al primero sólo le apuntamos un precioso recibo al que abrió plaza, con verónicas genuflexas, ganando algo de terreno, que nos recordó –ojo al término- a esos inicios que Antonio Ordóñez o Paco Camino realizaban antaño con asiduidad. En la muleta anduvo por fuera –o al hilo- pasándolo, cuando pudo, en paralelo y despegado, con algún pajareo cuando le apretó por el derecho y liquidándolo de un sablazo que por arte de birlibirloque sólo quedó desprendido tras el cuarteo consiguiente. En el cuarto, no hubo ya ni capote, se repitieron las formas sin continuidad –pasándolo de uno en uno y sin darle la distancia necesaria- y aunque tiró del bicho en un par de derechazos, fue poco bagaje para tan largo camino. Muy mal con la espada, enjaretó un pinchazo por debajo del chaleco –el del toro, entiéndase-, cuatro por los bajos, oyó un aviso y después de un pinchazo hondo con alargamiento braquial lo remató al tercer intento con la de cruceta. Quédense con los lances iniciales y borren de su memoria lo restante de su tarde.
No mostró las esencias que parece reservar para otras plazas más meridionales el sevillano Oliva Soto, en un toreo mecánico y eléctrico que defraudó esas esperanzas estéticas que llevamos al coso. Le apuntamos, eso sí, al igual que a Vega, unos interesantes delantales en el quite al segundo… y paren ustedes de contar. Nada con el percal en los suyos, y con la franela poco más, entre algunas dudas, brusquedades, tirones y toreo de cadena de montaje. Hubo más toreo maquinal que estético, más oficio automático que arte, chispa, gusto o clase, antes de invocar al pueblerino circular invertido. Escuchó un aviso en su primero, después de media caída y perpendicular, tres pinchazos desde fuera y hasta siete descabellos. Hubo otro tanto en el postrero del festejo, y aquello entre caídas, para terminar con un nuevo pinchazo bajo, otro más por arriba y que el toro doblara en el mareo habitual de los capotes de los subalternos. ¡Qué mal monta la espada, cuya punta enfila hacia las nubes, para descender luego en un vertiginoso viaje para matar a capón, y que fundamenta esas estocadas –qué más quisiéramos ayer- o pinchazos perpendiculares!
Eduardo Gallo en el segundo. Foto: las-ventas.com
Y olvidado ya, confío, todo lo antecedente, quedémonos con el grato recuerdo de la labor del salmantino Eduardo Gallo que anduvo toda la tarde dispuesto, afanoso, diligente y trabajador, pese a que le correspondieron los dos peores bichos del encierro. Su primero se vino a menos muy rápidamente, apenas en tanda y media, pese a un trato exquisito, amable, suave y muy templado. Con clase e inteligencia, frente a aquella nadería, Gallo sacó y exprimió el escaso jugo táurico que fue capaz; tiró e hizo embestir llevando templadas sus arrancadas al dichoso Jaranero de marras, que tardeó desde mediada la tercera tanda en adelante. Y lo hizo siempre con clase, con gusto, con moderación y virtud. A mi juicio, le sobraron longitud al trasteo y esos guiños populistas finales, con circulares invertidos y encimismo agobiante. Perdió un posible trofeo en ese pinchazo con desarme que precedió a la buena estocada en las péndolas que le recetó a continuación.
Sacó algo menos de su último oponente, el buey Apis marmóreo que le tocó en –mala- suerte en quinto lugar. Mal en la dirección de lidia en el primer tercio, hubo de acortarle mucho las distancias en la franela visto que no había nada que ver. La inmovilidad y descaste del animal hizo de la faena una valiente porfía de esfuerzo sin mucha recompensa. Un muletazo mandón y vibrante por aquí, un alarde entre los pitones por allá, un par de derechazos profundos por ese otro lado,  fueron lo único que consiguió sacar de aquella masa cárnica. Tras un pinchazo desde fuera –que hubo de pesar en el ánimo de la recompensa-, lo remató de una entera desprendida, dando, como en el primero -pero quizá con menor fundamento ahora- una vuelta al ruedo. Nos gustó también en alguna chicuelina al primero y en unas verónicas –casi delantales- de recibo al segundo.
Un Gallo, en definitiva, que nos hizo recordar a aquel novillero vibrante, clásico y poderoso que nos embelesó en aquella tarde del 17 de mayo de 2004. ¡Que tenga suerte y continuidad!

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