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viernes, 27 de julio de 2012

¡Más vale tarde que nunca!


Valencia, 26 de julio de 2012. Segundo festejo mayor de la feria de San Jaime. Más de media plaza. 6 toros de Núñez del Cuvillo, insuficientemente presentados, mansos, la mayor parte descastados y complicados. Francisco Rivera Ordóñez, Paquirri, silencio y pitos. El Fandi, oreja y silencio. Sebastián Castella, silencio y oreja.

La corrida fue rápida para lo que esperábamos. Dos horas y veinte minutos con el interregno de la merienda es tiempo más que aceptable para lo que cabía esperar en corrida mediático-festiva con añadido galo de stahanovismo táurico. Lo suyo, y con un público de especial condición ayer en el coso valenciano, sería haber otorgado cientos de orejas, con vueltas clamorosas y gritos de guapo, hermoso y lindezas por el estilo al paso de los del brillo áureo. Guapo, hermoso, y otras lindezas que nada tienen que ver con el toreo, porque eso ya es otra cuestión. Ayer había una cierta predisposición mayoritaria hacia otro tipo de espectáculo. Al fin, y tras el desastre, sólo vimos toreo en la muleta del francés, al que por cierto no llamaron esas cosas, porque no entra en el numerito. Eso sí… fiel a sí mismo, Castella practicó el toreo por agotamiento habitual, aunque fuera el único capaz de sacar algo en claro de los mulos de Cuvillo.
Esta ganadería al por mayor, con centenares, ¡qué digo centenares, millares de cabezas!, sigue en las últimas temporadas un camino, no por buscado y anhelado, menos catastrófico. La toreabilidad que lucieron años atrás está siendo sustituida, trocada y  mudada en condición mular. Sí, aun sale alguno que toma borreguilmente cien muletazos, sí, no nos engañemos, pero en conjunto cada día son más los que menos embisten, entre caídas, asperezas, complicaciones y brusquedades. Eso si logran pasar los reconocimientos en plazas de primera categoría… Ayer, en Valencia, no sé cuántos fueron precisos para completar el encierro, pero lo de Madrid en la pasada primavera se contaba por docenas. Era el paradigma de la ganadería de las figuras; reses de mínima presencia, que permiten estar por ahí sin grandes preocupaciones o riesgos, y embestidas ñoñas. La desgracia –lógicamente para don Alvaro, que no para los aficionados a la fiesta de los toros- es que si le salen cuatro más como ésta en plazas de repercusión mediática –ya saben que en los portales, esto se disimula una barbaridad si la plaza es de Villaconejillos de la Madriguera- el negocio se les va al infinito universal, donde lo que abunda, precisamente es la antítesis: la nada, el vacío más absoluto. Es decir que no abunda porque no hay nada. Pues caminito del abismo sideral los de ayer, con la única excepción del segundo –en la línea pretendida de embestidas aborregadas y sosas-, abundaron en molestias para los espadas que en buena medida se vieron desbordados por las complicaciones, pero sin que brillara para nada la casta situada en el extremo opuesto de la escala de valores (acometividad-fuerza-bravura vs toreabilidad-nobleza-flojedad).
Estos borregos sí que tienen culata... y otros atributos aunque no cefálicos

A Rivera, sin ir más lejos, sólo le faltó llorar al presidente para que le cambiara un tercio de banderillas en el que las dudas y las pasadas en falso (entre pitos y cierta rechifla) protagonizaron su labor… con tres palos prendidos. El usía, desde el palco, se llamó a andanas, miró para otro lado y esperó a que el matador colocase el cuarto palo que reglamentariamente le exige el Reglamento nacional de 1996 (no así el de 1962 que permitía que cada espada pudiera colocar las banderillas que quisiera). Pasó las de Abel (nunca he entendido eso de las de Caín, como no fuera a posteriori del homicidio…), y tuvo por fin que meterse en el terreno del toro para prender la que le faltaba… ¡que crimen tan horrible! ¿Y “quién le manda a este señor meterse en lo que no sabe”?, ¿quién le exigió que cogiera los palos para banderillear cuando había pasado de hacerlo en el primero, un bicho tan poco favorable como éste para hacerlo? ¿O es que no distingue la condición de los toros, acostumbrado a lo que habitualmente le echan desde chiqueros?
Pues lo dicho, una corrida complicada y falta de clase, con su punta de bronquedad, incertidumbre, genio y mala uva, mal presentada para un coso de primera. Lo que es trapío, lo que se dice y llama trapío, no vimos en ninguno de los seis lidiados. Tan sólo el monstruoso sexto (540 kilos, no vayan ustedes a pensar que…), aparentó algo más que sus hermanos, pero con una culata de pistola de juguete comprada en los “chinos” de la esquina. Toros mínimos, como los frailes franciscanos homónimos, que “humanizados” se pusieron a la altura de la sociedad (léase entramado de la fiesta) que les rodea. Toros bajitos (como la calidad moral y ética de alguno…), recortados, sin desarrollos prominentes, sin remate alguno (parece la selección española) y supuestamente aptos para el “tiqui-taca” del toreo actual: mucho sobe, mucho pase sin sal ni gracia, pero abundantes y empalagosos… hasta el arrimón. Fantástico.
La corrida con este “material” fue de las de aúpa, pero no en el sentido añejo del término, empleado en tauromaquia para referirse a los de caballería, sino por el aguante que debe tener uno ante el descaste general y lo pesado que es llevar en brazos el fastidioso fardo del espectáculo. No obstante, he de reconocerlo, me entretuvo, porque era de ver cómo iban los espadas sucumbiendo en las complicaciones de los astados, sin recursos para someterlos, ni poder hacer de ellos cosa interesante alguna que no fuera lo de siempre: acompañar sus tristes embestidas entreveradas de mal genio y miradas desagradables. En otras manos… quizá hubiésemos visto un espectáculo más brillante; en éstas… tonalidades gris cenicientas.
Paquirri hijo, naufragó ante su primero (al que no quiso poner banderillas y en eso le aplaudimos), un animal jabonero sucio, casi barroso, de 480 kilos, que se tapaba por la capa y los pitones, pero quizá el más cuajado del encierro. Manso, con embestidas a media altura y sin clase alguna, lo del torero dinástico fue lo de siempre, probaturas, toreo excéntrico, despegado, sin acoplamiento y con trapazos por doquier. Ante los continuos derrotes del bicho, sus protestas y mal genio, optó por doblarse en movimiento y despenarlo de un pinchazo según pasaba por allí, y, con el animal en tablas, tres descabellos. En el cuarto (Farfonillo, de 502 kilos, negro, sin hechuras por detrás, manso, incierto y áspero), menos hizo aun. Tras del patético tercio de garapullos en el que el toro le esperaba en su terreno, le cogió una tirria especial, y después de banderazos (como si estuviese haciendo señales en la armada) y desconfianzas –todo por las nubes, agudizando los tornillazos y cabeceos de la res-, y tras oír protestas y pitos generales, se lo quitó de en medio de media por arriba de esa manera…
Al Fandi le tocó el único toro –eufemismo utilizado para no describir aquello- que cumplió con el guión esperado. Un bicho de 525 en la báscula (que debe andar averiada, sin duda), negro albardado, sin culata, y que embistió sosa y confiadamente en el último tercio, aunque a media altura –justo la misma que practica el granadino en su muleteo-. Lo más destacable, en cuanto a toreo se refiere, fueron los quites artísticos realizados por el espada y Castella, variados y gratos en los tiempos que corren, con su punto de pique por parte del atleta que respondió al del galo. Fueron gratamente aplaudidos ambos. Dio su habitual espectáculo de carreras en banderillas -¡albricias, clavó un primer par en la cara, tras un cuarteo mitad de espaldas mitad de frente!-, y tras un comienzo genuflexo en tablas –donde le apretó el bicho-, hizo una faena en el tercio, desde fuera y mandando las arrancadas, con el pico, hacia el más allá en general. Hubo alguna colada –lógica, por otra parte, cuando el animalito no ve sino dos bultos no demasiado quietos- y después de un sinfín de muletazos un agarre al lomo de la res –que nadie le iba a quitar- que fue digno de los mayores aplausos del personal. Visto aquello, montó el acero y desde muy lejos le dejó una trasera y tendida y llovieron los pañuelos. Oreja. No hubo tal en el quinto, un semoviente que obedecía –poco- por Panadero, con 490 kilos (¿?) escaso en general, manso, sin fuerzas y descastado. Como a estos bichos no se les pica (¡por favor, qué vulgaridad, qué repugnancia!), el animal debió desfondarse en las carreras que le obligó a dar el Fandi en banderillas, y así llegó a la muleta sin gas alguno, mortecino… y se echó por sus propias patas. Detalle de calidad intrínseca y extrínseca, detalle de casta, de toro de lidia. Y yo que recuerdo haber visto a un toro de Guardiola Fantoni desangrado en vida –hará casi tres décadas- afianzado sobre sus cuatro remos, apuntalado sobre sus patas, pidiendo aun guerra pero incapaz de moverse un ápice… Ese, que algunos recordarán, no se echó… Éste sí; qué le vamos a hacer, son cosas que cambian en la tauromaquia. El caso es que en las paupérrimas medias embestidas que logró dar, miró más al diestro que al engaño, porque uno y otro iban cada cual por su lado. Visto aquello, y con el cornúpeta a la defensiva, el Fandi lo liquidó de una entera desprendida y un descabello.
Castella en su gesto de San Isidro 2012 (Foto: las-ventas.com)

No anduvo mucho “en Castella” el francés en su primero. Sólo seis tandas... a un bicho desagradable, áspero, bronco, manso, deslucido y complicado. Un animalín tan bajito (aunque larguito) que nos temimos hubiese de lidiarlo desde la estación del metro… 475 kilos y capa castaña, unos que predecían una cosa, y la capa la contraria y definitivamente la veraz. Siempre fuerita, con alguna firmeza sin embargo, el galo no consiguió redimir su adversa condición, y se dobló sólo al final, cuando lo hubiera necesitado desde el principio. Quizá pensó que redimiéndole por el trabajo lo domeñaría hasta humillar su altiva condición. Pues, no. Hubo voluntad, desde luego, pero poca cosa más. Tras dos desarmes y viendo que aquello no mejoraba, lo mandó al desolladero de media caída tras que le costase un reino el cuadrarlo. A Dios gracias, mejoró el panorama general con el sexto (Juncoso, de 540 en la báscula, negro y bravucón en varas y algo complicado en la franela), con un Castella como deseábamos ver, más lidiador y poderoso, que logró sacar las tres series más interesantes de la fiesta, con la zurda –algo que se nos antojaba difícil, porque se había colado de inicio por allá, dejando un recado-, más en redondo la tercera, pero más interesantes las dos precedentes. Por la derecha, como al principio por el pitón zurdo, brusco, tardeando y sin demasiado recorrido, siempre con la cara alta. Fue mérito del francés meterlo en el engaño, poderlo y someterlo en esas tandas con la del cortijo, y quizá menos descolocado que otras veces… Una estocada y sendos descabellos conseguirían la única oreja de ley de la tarde. ¡Enhorabuena! Es difícil mantenerse con la concentración precisa en el transcurso de una larga temporada, y quizá eso le faltó en su primero aunque lo recuperó en el postrero. ¡Más vale tarde que nunca!

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