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domingo, 23 de septiembre de 2012

En el centenario de la alternativa del mejor torero gallego de la historia: Alfonso Cela, Celita


Hace apenas una semana, el 15 de septiembre, se cumplía el centenario de la alternativa de un diestro que conviene no olvidar. Se trata de Alfonso Cela, Celita, el torero gallego que quizá haya brillado más alto en el universo tauromáquico. Sus cualidades profesionales y sobre ellas las personales, le elevaron a un puesto de honor en la profesión en la que anduvo justo en los tiempos en que José y Juan se enseñoreaban de la fiesta. Quizá eclipsado por ambas figuras, como le pasó a la enorme mayoría de sus contemporáneos, su figura no alcanzó el reconocimiento que hoy en día hubiese merecido, pero a pesar de todo se mantuvo en el escalafón con dignidad suficiente hasta que una década más tarde se retiró voluntariamente de los ruedos.

Cartel de Marcial Ortiz dedicado al diestro gallego Celita, que desgraciadamente no ha visto la luz por cicatería política, en La Coruña, este año
Nació Celita en la localidad lucense de San Vicente de Carracedo el 11 de julio de 1886, e inició sus primeros pasos en la tauromaquia con apenas 17 años, recorriendo capeas locales y curtiéndose en el oficio frente a reses muchas veces resabiadas por el continuo ir y venir de fiesta en fiesta.
Su salto a la fama, y su inclusión en un lugar destacado entre los novilleros no le vino con su debut con los de luces, allá por 1907 en Segovia (novillada concurso, por cierto), ni aun por la tímida inclusión de su nombre ya en el anuario de Dulzuras (Toros y Toreros en 1908) al año siguiente, sino casi por casualidad. Tal y como nos cuenta la revista Arte Taurino (Año II, núm. 89; 17-12-1912), “el nombre de Celita, de ese diestro que hoy tiene en Madrid más cartel que la inmensa mayoría de esos sesenta y tantos coletudos [lo que va de ayer a hoy en el número de matadores de toros], no está entre éstos [los novilleros que destaca Dulzuras en su anuario de 1908]… ¿Quién leyendo los nombres de los novilleros de 1908 podría haber augurado, éste llegará, éste no, éste será estrella, éste otro, con el tiempo será un buen aprendiz de sastre?”. Y seguirá diciendo Don Pepe en su artículo: “La primera noticia que tuve de él fue que un toro le había cogido en Burgos; supe al propio tiempo, que existía Celita, que era torero y que una res le había dado una cornada. Y he aquí la suerte de los hombres; un diestro más obscuro que noche tenebrosa (y conste que lo de la obscuridad no lo digo por el color del diestro), tiene la suerte que no han logrado muchos; la de cruzarse con un corresponsal foto gráfico diligente de un semanario taurino, en su primera cogida, y como consecuencia inmediata, la de poder conservar una instantánea de tan memorable acontecimiento. En el Sol y Sombra del 24 de junio de 1909 hay una fotografía en la que se ve a Cela en el Hospital de San Juan, en Burgos, poco después de su bautismo de sangre”. El causante del desaguisado fue un novillote cárdeno de Pérez Sanchón (Antonio Pérez, en su sangre primitiva procedente mayoritariamente de Luis de Gama y del ganado salmantino autóctono de sus mayores) del “campo de Salamanca” y de nombre Verdugo, en tarde en la que alternaba con Guerrilla y Aragonés. Reapareció el 11 de julio, con el mismo ganado (bueno, con sus hermanos) junto al Chico de Lavapiés, demostrando ese valor y pundonor que nunca hubieron de faltarle.

Cartel de una novillada conquense de 1909 en que figura Celita como único matador (Colección personal)
Celita entró así en la historia taurina con mayúsculas; ya en el anuario de Toros y Toreros en 1909, es destacado entre los novilleros, y no en el batiburrillo final de diestros –amplio listado de más de centenar y medio de nombres muchos de nulo relieve-, dedicándosele los elogios correspondientes. Celita, había entrado definitivamente en la gran historia de la tauromaquia.
A lo largo de las siguientes campañas sus méritos se acrecientan, aumenta el número de novilladas lidiadas por el gallego, destaca entre los del escalafón menor, y eso a pesar de llevar a su lado a Joselito y Limeño, Paco Madrid, Malla, Torquito y otros matadores que llegarían a tomar la alternativa y a conseguir cierto o mucho renombre.
En Madrid, tras su debut en Tetuán de las Victorias y Carabanchel, se presentó el 2 de febrero de 1910, con seis buenos mozos, novillos-toros como se decía entonces, de Eduardo Olea, junto a Andrés del Campo, Dominguín y Pacomio Peribáñez, y se mostró voluntarioso en el tercero, matando de una buena estocada (ovación), algo que sabría realizar a lo largo de toda su carrera, y algo peor en el sexto, menos firme, más nervioso y con menos acierto en el herir.
Sea como fuere, el 10 de septiembre de 1912 toreó su última novillada –de las 25 que contrató ese año- en la plaza de San Martín de Valdeiglesias, y el 15 se doctoró en la plaza de La Coruña, en su patria chica. La alternativa le fue concedida por  Manuel Mejías Rapela, Bienvenida, con ganado de Flores (don Sabino y don Agustín, al alimón). Aunque en el toro de doctorado anduvo, de nuevo, algo nervioso, revolcón incluido, se lució en la muerte de los dos últimos, saliendo a hombros de sus paisanos y dejando un extraordinario cartel. Por cierto, ese mismo día tomaba la alternativa en la capital, el malagueño Paco Madrid, y ambos coincidirían en la plaza de la Corte el día 22 de septiembre. Celita dejó que Paco Madrid le antecediese en el cartel, sin disputarle antigüedad alguna, y eso que era novillero más antiguo que el malagueño, que cuando habían compartido festejo siempre figuró por delante en las novilladas (incluso en la misma plaza de Madrid) y que había debutado ya como matador en un festejo del 10 de julio de 1910, en que actuando como sobresaliente, acabó con cuatro toros por la cogida de Bienvenida, que actuaba en solitario. Rasgo de caballerosidad inusual, en tiempos en los que la antigüedad era tomada como algo casi sagrado, y que motivó más de un sorteo en aquellos tiempos.

Fotografía dedicada autógrafamente por el diestro en 1916 (Colección personal)
En su confirmación madrileña toreó con Malla y el citado Paco Madrid, toros de Surga (con un remiendo de Bañuelos), matando a su primero, Primavera de dulce nombre, con algunos reparos de muleta, pero de forma contundente con el estoque, entrando en corto y por derecho y dejando media estocada buena en las péndolas. Estuvo entregado en el último, del que Dulzuras nos cuenta que “lo empezó a pasar de rodillas, continuó valiente, y después de un pinchazo en lo alto entró bien con una buena estocada, que mató en seguida (salió en hombros)”. Su presentación, por tanto, no pudo ser más triunfal.
Por cierto, que la revista Arte Taurino, nos pone en antecedentes del momento en que se le compuso su pasodoble: “Alfonso Cela, Celita, recientemente doctorado en nuestra plaza [Madrid], cuenta ya –amén de la bola doctoral- con su buen «pasodoble gallego con ribetes de andaluz», compuesto y dedicado al aplaudido diestro de Lugo por su paisano y también aplaudido músico el notable maestro D. Julio Cristóbal. Y vean ustedes por dónde, cómo gracias a la inspiración del maestro Cristóbal, ya tiene Celita todo su ajuar completo de torero. ¡Hasta pasodoble!”.
Quizá esas fueron sus mayores cualidades, el valor, la entrega, la decisión y el acierto al herir, pero hubo de verse ensombrecido, como tantos otros, por los valores superlativos de Joselito y Belmonte, que eclipsaron a la decena y media de buenos espadas de esa segunda década del siglo XX. No obstante, Celita fue en su tiempo no un espada más, sino uno de los de arriba, siempre reconocido en sus méritos aunque no rayara a la altura de ambos colosos.
El cénit lo hallaría en la corrida en solitario que estoqueó en Barcelona el 12 de julio de 1914, nueve días más tarde de la hazaña de José ante los de Martínez en Madrid. Fueron de la, por entonces, dura vacada de Pérez de la Concha, y estuvo francamente soberbio. Don Quijote, en La Fiesta Brava, tal y como señala el redactor de la biografía del diestro en el Cossío, se deshizo en elogios, admirado por lo que hasta entonces era el culmen de lo que habían contemplado sus ojos, y que repetiría en su conocida obra Cinco lustros de toreo… (Barcelona, 1933): “¡Triunfo estupendo! Fue aquella una de esas corridas de fortuna en que llega a parecer imposible –e imposible llega a resultar- que nada salga mal. El artista, tocado de la gracia, se supera, y consigue fundir, equiparar y hacer una sola cosa de su intención y del resultado de sus intentos. Aquella tarde, sobre culminar y consolidarse para siempre su prestigio de matador excelso, Celita hizo lo que nunca había hecho y nunca habría de volver a hacer, por lo menos con tal abundancia de detalles, como lidiador completo. Fue una de las corridas más gloriosas que yo he presenciado., una de las que más grabadas han quedado en mi recuerdo, y, desde luego, el florón más alto de la ejecutoria del buen torero gallego… Mató los seis toros de seis estocadas y dos pinchazos, y las ocho veces pinchó en la cruz. De las ocho veces, siete entró a volapié neto, purísimo, recto. De los seis toros, cinco rodaron sin puntilla… Se pidió para él la oreja en los seis toros, y sólo en el primero no se le concedió, y del sexto le dieron las dos. Seis orejas, pues. Y despachó la corrida en siete cuartos de hora. Pero hizo más. No se limitó a matar el magnífico matador. Dio un gran cambio de rodillas, dibujó en un quite unas gaoneras inenarrables, puso un par de banderillas cambiando el viaje, forzado, de altísimo mérito; inició una de las faenas con un pase, las dos rodillas en tierra, digno de la oreja de Machaquito…”.

Un cartel barcelonés -de la plaza de Las Arenas- de 1915, en terna de lujo (Colección personal)
Bruno del Amo, Recortes, y Marcelino Álvarez, Don Marcelo, redactores ese año del anuario de Toros y Toreros en 1914 por fallecimiento del bueno de Dulzuras, destacan el importante evento en sus “corridas notables”. De ella nos dicen: “El diestro Celita, seguro de su brazo de matador, y deseando presentarse como torero de más altos vuelos, se encerró el día 13 de julio (sic) en la plaza del Sport [hoy Monumental] de Barcelona, para matar seis toros de Pérez de la Concha. Alfonso alcanzó un éxito enorme, muy justo. Los seis toros murieron de seis estocadas y dos pinchazos. Dio un quiebro de rodillas, también con ambas rodillas en tierra comenzó la faena del cuarto toro, y aun cuando algunas veces se vio achuchado y comprometido, lo que allí realizó tuvo gran relieve dentro de las condiciones que el lidiador reúne.”
Su carrera continuó en un buen tono a lo largo de los años siguientes, figurando en buenos carteles, y antes de que llegara al ocaso, en 1922, decidió retirarse del toreo activo. Había conseguido ahorrar y prefirió irse a languidecer –como tantos- en la profesión. Su despedida tuvo lugar en Madrid, el 25 de junio, con unos viejos conocidos suyos, los toros de Antonio Pérez de San Fernando, y junto a Nacional y Valencia II. No fue ésta una de sus grandes tardes, pero al menos en su primero le fue dedicada la cariñosa ovación que el buen espada gallego se merecía.
Apenas diez años más tarde, el 26 de febrero de 1932, con sólo 46 años cumplidos, fallecería Alfonso Cela, habiendo dejado en esta vida un buen recuerdo como espada pundonoroso, valiente, entregado, magnífico lidiador y fenomenal estoqueador, y mejor aun como persona afable y bonancible, inteligente y espléndido.
Un diestro gallego, en definitiva, el mejor de su historia taurina, que hubiese merecido un postrer homenaje en su tierra… y que la cicatería de los políticos, siempre al compás de los nacionalismos excluyentes, parecen haber negado. ¡Qué asco de gentes!

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