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jueves, 20 de septiembre de 2012

Nuevas reflexiones en torno a un acontecimiento histórico

No puedo estar más de acuerdo con lo que en una recientísima entrada publicaba en este blog mi buen amigo –y tantas veces maestro- Manuel Pons. Me consta, lo reconozco con enorme respeto, que no es un aficionado más, un simple espectador con opinión propia. Se trata de una de las personas más entendidas, inteligentes y sensatas que he podido conocer, con una biblioteca capaz de hacer más que sombra a la propia y figurar entre las cinco o diez mejores de España, capaz de analizar cualquier faena o sacar las más infinitas conclusiones de una sencilla fotografía.
Otras opiniones coincidentes con la suya, de testigos presenciales, y la revisión de alguno de los videos que ya andan en Internet, me han inclinado, definitivamente, a considerar que lo del pasado domingo por la mañana es, sin duda alguna, un acontecimiento histórico. Mi buen amigo valenciano comentaba un puñado de festejos históricos, yo quizá hubiese podido sumar a ellos dos o tres más, no importa, lo que trasciende de verdad es que lo de Nîmes se encuentra inequívocamente entre ellas.
Olvídense del resultado numérico del festejo…, la tarde previa, por ejemplo, el Fundi –en su patria chica, Fuenlabrada- cortaba en otra espectacular corrida hasta diez orejas y dos rabos, y aunque anduvo soberbio, y –ahora sí- se enfrentó a dos reses de su suegro -José Escolar-, esas consideradas como ilidiables por la mayor parte de los del baboseante mundillo taurino, no alcanzó las cotas del de Galapagar, aunque le anduvo a la zaga. Baboseante mundillo, por cierto, fruto de la hidrofobia que les causa bien el virus de la casta, la bacteria de la endogamia, el hongo de la corroedora envidia o bien el parásito –ay- de la alabanza pagada o del negocio asegurado y no siempre lícito.

El coso y anfiteatro romano de Nîmes, lugar de la gesta
José Tomás se sobrepuso a todo este asqueroso panorama; un José Tomás por encima del mundillo, ajeno por completo al mismo –algo que les molesta en sobremanera-, un José Tomás que ni unta ni se deja untar con abrazos complacientes de revisteros al uso, un José Tomás consecuente con aquella decisión que en su día tomara en unión y armonía con otro de los grandes toreros que desfilaban por el artículo de Manuel Pons, José Miguel Arroyo, Joselito. Ambos decidieron –y no en solitario, por cierto, acuérdense de los esquiroles- no dejarse televisar si no era negociando ellos directamente sus honorarios por derecho de imagen, y luego comprendió que la exclusividad de la plaza era un “haber” más en el mito del héroe. Tan sólo los “elegidos” podrían disfrutar de ello y con ello consiguió un aura de misterio y unos llenos sin parangón en demanda de la comunión con el rito. No sé, sin embargo, si su negativa a conceder entrevistas es igualmente beneficiosa, me temo que no, que en este caso le perjudica a él, personalmente, a la par que a la difusión de la fiesta. Quizá sea una de las razones por las que José Tomás cae tan mal a algunos… No se trata ya tanto de su forma de torear, tantas veces incontestable, como la del domingo, sino de su voluntaria lejanía de las formas y maneras imperantes en el Rastro de las vanidades del mundillo.
José Tomás, el domingo, anduvo rodeado del apoyo de la plaza entera, con un público evidentemente predispuesto a su favor en inmensa mayoría, pero rozó la perfección, hizo cuanto quiso y casi todo lo hizo bien; lucio una variedad –tanto de capote, sobre todo éste, como de muleta- como ya no se estila; toreó al sencillo, por sencillo, con naturalidad, clase y gustos exquisitos; al complicado, por lo mismo, con dominio absoluto, con mando y poder como tantas veces echamos de menos en los cosos.
Incluso mató bien, tirándose y volcándose sobre los morrillos y vaciando a la perfección con la mano izquierda, aunque no todo fuera perfección en alguna estocada… (fíjense en la colocación delantera, con desarme, de la segunda de la tarde, por ejemplo). Si acaso, y por poner un “pero” que matice esta tan favorable opinión, quizá le faltó llevar más cosido a la muleta a alguno de los toros, templarlo un poco más, no porque no obedecieran ciegamente a la muleta o los llevara por donde el diestro quiso, sino por imprimir un ritmo más atemperado y cadencioso a alguno de los lances y estrechar la siempre escasa distancia entre engaño y pitones… repito, por ponerle una pega. Las faenas fueron de diferente calidad, pese a la unanimidad –práctica- del premio; la segunda peor que la primera, por ejemplo, donde sólo al final y a base de mimarlo con la derecha levantó definitivamente el nivel del arte en una serie ligada espectacular, y aquello –también- tras unos inicios más bien mejorables con el capote. La tercera de mayores méritos por la poco clara condición del toro en los inicios, la cuarta extraordinaria, mejorando aun la noble condición de un toro que jamás debió ser indultado (saltó la barrera, no hizo pelea de bravo en varas, y a mi juicio fue demasiado “noble”, rozando la simple toreabilidad, pero sin casta extraordinaria). Muy buena fue asimismo la del quinto, y frente al más complicado del encierro, el sexto, meritoria, aunque no del nivel de las dos precedentes, donde hubo más exposición, sin duda.
Otra de las pegas, como comentábamos días previos, se centró, precisamente, en el nivel de los toros lidiados, no tanto en cuanto trapío –aceptable en conjunto, el peor presentado el de Garcigrande- sino por las fuerzas y condicón noble y pastueña, sosa hasta cierto punto de muchos de ellos. Hubo, consecuentemente, más toreabilidad que acometividad, más docilidad que bravura, pero lo peor fue la debilidad marcada en alguino de sus antagonistas, lo que –obviamente- ha de tenerse en cuenta a la hora de valorar lo realizado… aunque ya no nos acordemos de ello en términos generales. Es verdad que salvo el del Pilar, y el de Garcigrande, el resto se mantuvo decorosamente en pie…, pero nunca sobrados de fuerzas en general. Pocas y comunes “pegas”, por otra parte, a lo que torea cualquiera de los de arriba en el escalafón.
Uno de pecho toreando al natural en festejo previo, rematándolo por delante del pecho y con quietud en la planta.
Y todo lo hizo con esa forma que tiene, como subrayábamos en un artículo apenas hace un año, de llenar por sí mismo el ruedo. Ninguna mirada se distrae cuando él está en la plaza, sobre su aparentemente frágil figura convergen las miradas de todo el coso, su forma de andar hacia el toro –en esa mezcla de inequívoca decisión y abandono de sí mismo-, su forma de tender los engaños embrujadores, su firmeza y entereza ante la muerte, siempre retándola en el lugar de mayor exposición, sus gestos pausados pero de acerada decisión, todo atrae sobre sí la vista de cuantos ocupan los tendidos de la plaza, sean o no tomasistas, partidarios o detractores de forma de entender la vida –que es, en definitiva, su forma de entender el toreo-.
Nunca más que en José Tomás se han conjuntado –quizá con Manolete y Juan Belmonte- este último aserto: “Se torea como se es”, se entiende el toreo como la vida y la vida como el toreo. José Tomás, al que le espera un larguísimo descanso para tortura de cualquier buen aficionado, conjuga como nadie en la actualidad el verbo vivir. Porque para vivir debe tenerse presente la muerte, de ahí que, como en la religión católica, ésta siempre esté presente, y en uno y otro caso con la trascendencia de algo por detrás de la misma, sea en forma de vida eterna, sea en la culminación mítica de la heroicidad suprema. Por eso, y entre otras razones, se ha hablado del toreo –en siglos pretéritos- como “arte católico”… pero no divaguemos. José Tomás afronta cada tarde en el ruedo la necesidad, la obligación imperiosa, de vivir, de sobreponerse a la muerte creando… Porque la capacidad creativa es algo que también distingue al ser superior, a la inteligencia humana a imagen de la divinidad. Esa creación personal, singular, única, de sello indiscutible, que se realiza sobre la asunción del máximo riesgo vital es lo que le eleva sobre sus compañeros de profesión.
Antes y después de su actuación pasaron por el ruedo nimeño, cuatro de los más encumbrados diestros de la actualidad… pero ninguno dejó el sello, la indeleble marca en el corazón y en el entendimiento, que imprimió el diestro de Galapagar. No se quejen de que hubo toros más o menos lidiables o manejables, también en el festejo matutino dominical salió alguno que requería saber torear y Tomás lo hizo. Toros, por cierto, como hemos dicho, en conjunto mejor presentados que los de sus supuestos competidores, decentemente presentados –como en tantas otras tardes- para la dignidad del coso, algo que no siempre se ve cuando torean otras de las llamadas figuras. Lo dijimos el pasado año en Valencia y lo repetimos ahora, qué diferencia existe entre lo que de media torea José Tomás y lo que lidian sus hipotéticos competidores.
La corrida histórica del domingo tardará en repetirse; ni la de Barcelona en solitario alcanzó tal nivel; ha podido haber, en la vida taurómaca de José Tomás, como subrayaba Manolo Pons, mejores lidias concretas, faenas más emotivas o artísticas, pero un conjunto así… jamás. Esa es la grandeza del arte. Puede uno penar cien días en una temporada nefasta, pero de repente surge el Arte –así, con mayúsculas- de la vida y te mantiene –consecuentemente- vivo por una década más. ¡Qué grande y que hermoso!
A Tomás, sin embargo, le debemos apuntar en el “debe” la ausencia de ese gesto frente a ganado de mayores responsabilidades, la de su comparecencia en Sevilla o Madrid (al margen de su paso en 2008 por Las Ventas), o Bilbao, cada cual con su idiosincrasia y, porque no, la imposición en el cartel de esos que se dicen “máximas figuras”. Me hubiera encantado ver al Juli o Manzanares, Castella o Talavante como complemento del cartel de Nîmes… pero como dijo una voz en el anfiteatro cuando un aficionado francés pidió el regalo del toro sobrero –“reserva” lo llamó- en séptimo lugar, "los reservas, toreaban por la tarde…". El toreo también es –recuerden la genialidad de “Juncal”-, a veces, hipérbole.

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