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domingo, 10 de febrero de 2013

Valdemorillo en 1958

En estas fechas en las que empiezan a salpicarse tímidamente los primeros festejos de la campaña taurina española -como los de Ajalvir, o Candeleda, por ejemplo- la feria de San Blas de Valdemorillo viene a ser el referente ineludible que marca el verdadero punto de salida de la misma.
Los que ya vamos peinando canas, aun recordamos -no sin cierta añoranza- aquellas corridas invernales, sometidas a rigores climatológicos extremos, donde lo mismo te helabas de frío que te nevaba sobre la cabeza antes de que llegara a hacerlo el paso inexorable de los años. Corridas que soportábamos con el estoicismo espartano del aficionado tradicional, al que ni viento, ni lluvia, ni hielo, ni nieve eran capaces de arredrar. Allá íbamos un buen puñado de espectadores de la capital a los que se sumaba la afición local con la alegría de ver recuperado, cual ave fénix, un año más, el espectáculo más nacional.
Hoy la nueva plaza cubierta -aquí sí que se ha notado- hace más soportable climatológicamente la asistencia. A mí, hace ya bastantes años, me echaron de la plaza -figuradamente, claro- temporadas plagadas de abusos empresariales,  carteles sin interés, precios que subían sin cesar, ganado impresentable, cabezas inexistentes, novillos y toros que sangraban -y esto es literal- por los, escasísimos, pitones, sempiterna falta de fuerzas... en aquello tan en boga en décadas pasadas de la "humanización de la fiesta".
Es por ello que Valdemorillo ha mejorado con la gestión de los últimos años, recuperando buena parte de su dignidad, lidiando reses mejor presentadas y no tan abusivamente afeitadas -si es que no salen limpias-, ofreciendo carteles de mayor interés para el aficionado, que se desplaza desde las vecinas localidades serranas o desde la misma urbe madrileña. 
Pero les quiero traer en esta ocasión, el simpático recuerdo de una temporada mucho más lejana; un vídeo, sacado del NODO de 1958, en el que el pueblo, en su mismo ser, era a la vez protagonista máximo y factor indispensable de la fiesta. La novillada se celebra en la misma plaza de la localidad, armada de talanqueras. Entre ellas, las cabezas de las gentes del lugar; antes de comenzar, el encierro de los novillos... que como nos contará el locutor -con su tan característica voz- "pesan 200 kilos"... a la canal, claro (unos 330-350 en vivo). Una estampa de otros tiempos donde los aguerridos serranos vivían la fiesta como algo perfectamente natural, cuando ni había anti-taurinos, nio nadie pensaba en más boina que la que se calaba para protegerse del sol y de la lluvia en las faenas rústicas. En el cartel, por cierto, dos diestros olvidados, Francisco Rodríguez Briceño "Paquipo" y Mariano Huertas "Sotillano". Detrás suyo, tres únicos banderilleros hacen el paseíllo. La reses no se pican, ni falta que les haría -pensarían los aficionados de entonces-, pero la verdad de la fiesta más llana aparece en toda su hermosa extensión. Valdemorillo en 1958.


Paquipo fue un modestísimo novillero que se presentó con los del castoreño en Vistalegre (Carabanchel) el 3 de abril de 1955, y que apenas toreó con caballos un breve puñado de novilladas, cuatro en 1955, dos en 1956, una en 1957 y apenas otra más en 1958.  Mariano Huerta -o Huertas- Sotillano, fue también un lidiador sin suerte que llevaba vistiéndose de luces desde al menos 1952. Que ustedes lo disfruten rememorando lo añejo, como lo he hecho yo mismo. Acuérdense que la fiesta es manifestación popular, por más que la hayamos mistificado y buscado su sentido desde la intelectualidad y el arte. Las broncas y los aplausos nacen de la cruda emoción.

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