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jueves, 6 de junio de 2013

La Beneficencia para Morante de la Puebla

Madrid, 5 de junio de 2013. Corrida de Beneficencia. Lleno. 4 toros de Valdefresno, desigualmente presentados, mansos o muy mansos, descastados, de nulo juego en la muleta. 2 toros de Victoriano del Río (1º y 6º), bien presentados, mansos, embestidor pero inválido el primero, rajado el último. Juan José Padilla, silencio (aviso) y silencio (dos avisos). Morante de la Puebla, bronca y pitos (aviso). Sebastián Castella, silencio (aviso) y silencio (aviso).

Me cuentan que hasta 22 toros fueron reconocidos por los veterinarios para acabar presentando “esto” en la corrida más importante de la temporada madrileña. Toros que, por su trapío, eran desechados porque a las figuritas –Morante a la cabeza- les parecían desproporcionados, exagerados, gigantescos… Al fin hubieron de obligar a que dos de ellos –ya aprobados- fueran sustituidos por dos de don Victoriano, especie poco conocida en la plaza de toros de Las Ventas. No me refiero a la especie Bos taurus, sino a la de echar atrás dos reses aprobadas para meter con calzador otras dos de distinta ganadería, solicitadas y exigidas por la figura de turno. ¡Bravo! La indignidad se consumó por más que unos y otros intentaran salvar la cara… aparentemente. El ofendido ganadero, Nicolás Fraile, se quejó amargamente… pero no se llevó la corrida completa, como hubiera hecho un criador de hace cinco décadas, o más, si lo prefieren. Cobró los cuatro –porque obligó a la empresa a que se los liquidaran por la mañana- y asunto arreglado. Se llevó, eso sí, la bronca y las amenazas para el campo salmantino; “que si no te compramos más corridas para el año que viene”, “que si te vamos a dejar fuera para el resto de la temporada”; “que si te excluiremos de las ferias que llevemos entre los tres…, dos o uno”; que si… Ya veremos si se consuman las amenazas o si el ganadero es capaz de aguantarlas con la dignidad precisa.


El cuarto, aparentemente un toro... por fuera (Foto: las-ventas.com)
Sinceramente, un ganadero que se deja hacer eso, y que en vez de llevarse los cuatro aprobados, los deja para cobrar aunque sea sólo una parte… me sobra en la primera plaza del mundo, pero desgraciadamente eso está a la orden del día. Y por otro lado, visto el resultado de los lidiados, y de los de años anteriores, que se consume la amenaza de dejarle fuera en próximas convocatorias… no deja de ser un verdadero alivio.
Ahora bien, ¿dónde queda la dignidad de la empresa, los veterinarios, el equipo presidencial…? Pues a la altura del betún, como pueden ustedes comprender. Y a don Victoriano, ¿dónde le colocamos? Como compañero en la Unión de Criadores… no parece muy solidario. ¿Cómo vendedor…?, pues sí, pero el aspecto mercantil del asunto suele reñir muy directamente con el romanticismo que –al menos en apariencia- se le debe exigir a un ganadero de reses bravas por parte de la afición. Claro que de ésta queda tan poquita… ¿cuántos entre el público ayer presente en el coso madrileño se enterarían que dos de los lidiados no pertenecían al hierro anunciado?
Ahora bien, existe un Dios soberano sobre todos nosotros… y a Morante de la Puebla –el, con mucho, más probable inductor del desaguisado- el Altísimo le privó del beneficio de uno de los de Victoriano del Río. Dios existe… aunque lo padeciéramos ayer los asistentes a la plaza, como víctimas impotentes de su Justicia, porque Morante nada hizo y poco pudo hacer con alguno de sus oponentes de Valdefresno. ¡Qué asco da hablar de todas estas cosas, de estos tejemanejes taurino-empresariales!
La corrida de Beneficencia fue para Morante. Porque él fue el único que ofreció algún pasaje que llevarse al recuerdo, y porque –según las buenas/malas lenguas- se llevó unos 240.000 euros de las arcas de la taquilla. Además, sumen la exigencia de un torero por delante que ni moleste, ni inquiete apenas al sevillano; y otro por detrás que complete el cartel pero que no suponga amenaza alguna para el estilista de la Puebla del Río, un diestro más fiado en el stahanovismo que en la chispa artística. Así que, no cabe duda, la Beneficencia fue para Morante. Se benefició de unos emolumentos –en 40 minutos de trabajo, a lo más- que uno no ve ni en varios años de sufrido esfuerzo –no sé si a ustedes les pasará lo mismo-; se benefició de un cartel absurdo, sin la menor perspectiva de competencia alguna; se hubiese beneficiado del cambio parcial del ganado –sólo dos toros para que no hubiera devolución ni de una triste entrada- si no existiese un Dios justiciero que velara por la fiesta… A cambio, nos ofreció muy poco, casi nada, y ello por enésima ocasión. Absolutamente nada de nada en el buey primero, y dos verónicas con sendas medias, un derechazo y unos doblones al terminar el vano intento con el quinto. Ni una faena completa, ni nada que se le parezca. Esto empieza a ser ya de Juzgado de guardia. El aficionado no tiene la culpa del ganado que, él mismo y sus veedores, eligen y exigen; tampoco de la actitud del diestro, que parece conformarse con la bronca en vez de intentar lidiar, poder y someter a su boyar oponente… Parece que cualquiera puede meterse con la actitud y mentalización de Talavante, pero que Morante es intocable… Yo, como un morantista más –cuando torea, claro-, me rebelo contra la opinión general. El gran responsable del fiasco de la Beneficencia de ayer fue el de la Puebla, sin dudas y sin paliativos. Y sobre él ha de recaer la máxima responsabilidad. ¡Qué devuelva el salario o lo ofrezca a entidades caritativas, manteniendo el fin social por el que nació esta importantísima corrida, hoy degradada y arrastrada por el barro de los intereses personales de un espada!


Verónica de saludo de Padilla al primero... lo mejor que hizo  (Foto: las-ventas.com)
La penosa, aburrida y degradada boyada comenzó con un inválido sustituto del hierro del ganadero de Guadalix de la Sierra. Un animal de nombre Viajero -¡tendría el “jet-lag”!- de 549 kilos, capa castaña, manso, inválido pero de algún juego en la muleta –mientras no se caía-. Hasta ocho derrumbes se le contabilizaron (¡yo había augurado diez, tras el primer tercio, así que exageré!) lo que les ilustrará sobre el recorrido y fin de la lidia: su manutención en tetrapedestación. Padilla, que reaparecía en el coso tras su gravísima cogida zaragozana de 2011, dio alguna verónica interesante, aunque aislada, de saludo y paren ustedes de contar. Con los palos no ofreció grandes gestas –apenas un par que llevaba muy preparado, de dentro a fuera, cuadrando en la cara-, y con la muleta -llevando al bicho a media altura, desde fuera y sin forzar nunca su trayectoria- otro tanto. Terminó con un arrimón por si aquello levantaba los ánimos del respetable… pero la gente quería ver a Morante y nada le importaba lo que hiciera el jerezano. Una serie de trapazos finales, sucios y enganchados, de una vulgaridad absoluta, fueron rubricados con un pinchazo con desarme, una estocada entera quedándose en la cara –y sufriendo un palotazo- también con pérdida del trapo y un aviso del palco para que abreviara. El cuarto, ahora de Valdefresno, fue Cardifresco –un nombre que nos recordaba a las ensaladas en bolsa que venden en los supermercados-, 587 kilos, negro salpicado, tocado de puntas, manso y descastado buey. Nada hizo el “ciclón” en el primer tercio, la lidia fue un desastre, el picador no lo pudo hacer peor, banderilleó la cuadrilla, visto lo visto, y poco más en la muleta… excepto ponerse pesadísimo. El bicho intentó rajarse de entrada, escarbó, volvió a hacer uno y otro amago de raje… y así en lo sucesivo. Padilla, siempre fuera y sin clase, al menos lo sujetó en dos tandas, a base de pico pero sin estética, ni mando alguno. Cuando el bicho volvió a rajarse acudiría al toreo populista, y en un circular inverso, con el toro parado a la mitad, él por las Kimbambas, la muleta por Sepúlveda y el toro en las Batuecas, el buey lo descubrió –porque ya él se había descubierto totalmente- y lo prendió, a Dios gracias sin consecuencias. Hubo aplausos, los más notables que conseguiría el diestro… Y se empeñó en seguir mortificando al público y al animalito, hubo sus voces de ¡pesado!, ¡plasta!, y sonó un aviso sin cambiar el estoque. Con una forzada y retorcida postura, le largó dos pinchazos, media de la misma forma, y tres cuartos idénticos. Volvería a sonar un segundo aviso y al fin lo descabelló al primer golpe. Un silencio cuasi sepulcral rubricó su actuación.


Final de un muletazo de Castella... porque los principios no suelen servir para la foro; miren desde dónde venía el toro  (Foto: las-ventas.com)
A Castella –dejemos al “artista” para el final- le tocó un primero salmantino, Marchador de apodo, un bicho de 540 kilos, manso, con genio y mala uva, con poca casta. Un buey de marca, ideal para el engorde, sacrificio y degustación. Flojito de entrada, nada hizo el francés con el percal, nada en el saludo, ni en quites. Con la franela, al menos, comenzó dándole distancias por ver si aquello reaccionaba positivamente, aunque basculaba el peso de la cargazón de suerte –con precauciones- a la pierna más alejada de la res. A partir de ese momento el toro sacó genio y él anduvo por debajo, sin cogerle el aire, periférico, sucio… El bicho tenía esas embestidas geniudas, de mal talante, que de haber sido llevadas y dominadas hubieran podido encumbrar a cualquiera, pero al francés le sobrepasó el esfuerzo, y se contentó con quitarle las moscas. Aquello se prolongaba innecesariamente… así que optó por la tizona y con ella le dejó un pinchazo hondo, atravesado por cuartear en la entrada, el animal se rajó definitivamente, sonó un aviso, desarmó un peón, y al fin lo despachó de una estocada trasera y un descabello. ¡Qué pesadez! El último, de don Victoriano, se llamó Frenoso, un toro negro listón de 571 kilos, manso, con genio y que se comió al espada en casi todos los pasajes del trasteo. Con una absoluta ausencia de toreo de percal comenzó la lid, manseó el bicho en varas pese a un primer encuentro prometedor, pareó bien Javier Ambel (mejor el tercer par que el primero), y a Castella le dio por el tremendismo de los pases cambiados por la espalda y estatuarios por alto, en vez de irlo metiendo con suavidad en el trapo. En el pecado llevó la penitencia, y el toro sacó genio… demasiado para lo que acostumbra a ver el galo. Aprovechándole el viaje, despegado y desde fuera, al menos lo llevó en las dos siguientes tandas, ligando con el paso atrás dichoso del toreo moderno en la tercera, y se acabó lo que se daba. A partir de ahí, el bicho, que no había sido sometido, lo mismo hacía ademanes de rajarse -¡qué bravura ésta de las reses modernas!-, que embestía con genio y repetía con cierta codicia –que no casta, que para ello se necesita que el toro no quiera rajarse-. A Castella volvió a sobrepasarle el toro, aunque no le desbordase, y a base de tundirlo a pases, eléctrico y sucio en general, dejó que pasara el tiempo, acompañando al toro a donde éste quiso: tablas del 10. Media tendida y trasera en aquellos parajes, un aviso y un descabello pusieron fin a tan descabellada aventura y corrida de Beneficencia… para Morante.


Espléndida muestra del arte del de la Puebla... si no fuera porque no deja de ser una simple muestra  (Foto: las-ventas.com)
El de la Puebla fue el gran responsable del fracaso del festejo. Hoy habrá cantores por bulerías que centrarán sus alabanzas en el grácil y profundo trazo de sus dos o tres verónicas al quinto, en las dos medias a cámara lenta, lentísima –aunque sin metérselo como otras veces en el remate-, en el derechazo al quinto o la serie final de doblones –algunos verdaderamente bellos, eficaces, valerosos y artísiticos, dejando la rodilla en la cara de la res mientras ésta se plegaba sobre sí misma- o en un par de pases de castigo ejecutados al segundo… Destacado queda; pero el resto fue lamentable, como casi siempre, y ya llevamos infinitas veces. Tanto va el cántaro a la fuente… que acaba por romperse. A Campanero, el primer Valdefresno de su lote, ni lo quiso ver; era un torico de 538 kilos –de limitada presencia-, culipollo, negro de capa y tocado de armas. Un bicho que pareció cumplir en varas –pura apariencia- pero que mostró mansedumbre y complicaciones en lo sucesivo, algo bronco (algún hachazo al finalizar los lances) y protestón. Repito, no quiso ni verlo, no puso sus innegables cualidades en juego por ver si lo sometía, si acababa por meterlo en la muleta, por si después de unos eficaces doblones el toro hubiera mejorado de actitud o condición. Nada de nada. Dudas, paso atrás, pico y precauciones, antes de doblarse –con la bronca en marcha- y dejarle un pinchazo y una chalequera que lo asesinó en breve. Más voluntad puso en el quinto, viendo que se le iban las Ferias madrileñas de vacío; seis actuaciones entre silencios o broncas… El antagonista se llamaba Cantinillo, de conocida reata, un toro de 566 kilos en la báscula, negro, manso, descastado y rajado. Un lujo de las dehesas salmantinas para la afición del mundo. Rescatemos las verónicas de saludo y ese par de medias, para mí mejor y más suave y aterciopelada la segunda. Lo volvería a intentar en su quite… sin conseguir sacarle más que una, porque el toro se paró a medio viaje. El buey que huyó del hierro, llegó a la muleta atontado, algo bronquillo en los remates, pero metiendo la cara. Auguramos dos o tres tandas… y así fue. Le aguantó Morante un poco, voluntarioso pero sin fe, y terminó dejándose tocar la muleta constantemente -el toro punteaba-, desde fuera, y con precauciones exageradas –no las lógicas-. El bicho decidió rajarse y acabó parándose (no por falta de energías, sino por mala sangre), antes de esos buenos doblones del de la Puebla, como máximo esfuerzo, desmesurado sin duda para su habitual quehacer. Con la espada fue una bíblica calamidad: un sablazo desde fuera y con cuarteo, otro más peor aún, dos pinchazos sin pasar y con cuarteo previo, un aviso, otro pinchazo en los bajos y atravesado… que debió hacerle tanto daño... que el animalito se murió.
Bueno está lo bueno, pero el aficionado no puede vivir tan sólo de tres lances y hasta el año que viene. A Morante, que cobra lo que cobra, que tiene todas las grandes virtudes que requiere un buen matador de toros –valor, aunque no lo parezca; técnica; afición; arte por arrobas…-, debe exigírsele muchísimo más, y no solo que lo convirtamos en un sucedáneo millonario de Curro Romero. 

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