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jueves, 29 de agosto de 2013

"Una fiesta campera en Córdoba la Vieja" de don Antonio Casero

Hace apenas un par de días hablábamos sobre un libro más que interesante para conocer buena parte de la historia ganadera cordobesa del primer tercio del siglo XX, narrada en forma de escenas camperas y relato viajero. Hoy, por una de esas casualidades de la vida, nos encontramos con un nuevo reportaje sobre la ganadería de don Florentino Sotomayor, publicada apenas un año después. 
Se trata de un artículo firmado por el cronista, dramaturgo y novelista Antonio Casero -padre del pintor y también cronista taurino- que nos cuenta una tienta en la vacada cordobesa en 1923 (cuatro años antes de la fecha de "Camperas"), pero que básicamente recrea lo mismo que en su día nos narrara Luis Ruiz de Castañeda y Aguiar, relato más breve pero en el que se entrevén los mismos nombres, protagonistas y sucesos. 
Por eso hemos creído que será de mucho interés para los amantes de la ganadería brava y para los curiosos en general, ver cómo se desarrollaba una tienta en casa de los miuras cordobeses, reproduciendo el artículo que se publicó en el Heraldo de Madrid el 5 de mayo de 1923. No se pierdan la sabrosa descripción de lo que se hacía en la ganadería de la A con la O, o dicho de otro modo, en la vacada cuyo hierro hoy lucen los veragüeños de Prieto de la Cal, y lo que después refleja del ambiente taurino que se respiraba en la Córdoba califal. Todo ello de la mano, repetimos, de Antonio Casero (El Heraldo de Madrid. 5-5-1923).


"POR LA SERRANÍA DE CÓRDOBA
UNA FIESTA CAMPERA EN “CÓRDOBA LA VIEJA”

Al pie de las ermitas cordobesas, cantadas por el poeta Antonio Grilo, se yergue, sobre un campo de esmeralda, la típica alquería andaluza «Córdoba la Vieja-, hoy propiedad del rico hacendado don Florentino Sotomayor, escrupuloso ganadero de reses bravas, y de la que fue en su día dueño y señor el gran «califa» del toreo cordobés, Rafael Molina, Lagartijo.
A la que el día clareaba, y el sol iba dorando los campos andaluces, esmaltados de aromáticas florecillas tempraneras, camino del cortijo, y en animosa romería, caminaba, a presenciar la fiesta campera, el mocerío de las próximas alquerías, saludando a la mañana con coplas de alegre cadencia popular. Algún que otro torero de categoría, jinete, sobre su jaca de cola rizosa, enjaezada a la andaluza, que iba con su trote bordando los campos, como aquella otra de «obediencia» y «brío» cantada por el duque de Rivas:
«La jaca torda.,
la que, cual dices tú, los campos borda.»
Los .torerillos, que a pie caminaban por la carretera, con los capotes de torear al hombro y con un bagaje de fantásticas ilusiones, contemplaban al jinete torero vencedor, que, como ellos, anduvo en su tiempo, a pie y sin dinero, camino de los cortijos.
Mientras la aristocracia y el pueblo en simpática camaradería conversaban esperando que principiase el festejo, yo curioseaba por el caserío cordobés, y al pasar por la grandiosa cocina de chimenea de campana, donde las cortijeras preparaban el condumio para los invitados, y unos pachones y galgos hallábanse en espera de las piltrafas, vi a dos torerillos que deletreaban la inscripción de la chapa de metal de una bandolera allí colgada, y que decía así: «Guarda jurado de Córdoba la Vieja, propiedad de don, Rafael Molina».
—Oye, tú—-le decía el uno al otro—: Este Rafaé Molina fue Lagartijo er grande.
—Miá que si arguna ve atuviera uno una finca como esta, ganá con er toreo, i mi mare y qué bandolera iba yo a manda jasé!: «Guarda jurao de la finca der Pimienta Chico». Azín, ni una palabra meno ni má, y en cuanto tropesara er guarda tanto azín a un afisionaiyo que entrase a atoreá al sercao, ajuera der cortijo er guarda, y jamón par torerillo.
—¡Mi mare qué finca tenía er zeñó Rafael...
—Pues esto se gana arrimándose a los toros—les repuse—-. Ahí tenéis a Machaquito, dueño también de aquel cortijo
medianero a éste. Lo ganó con arte y vergüenza torera, y él se llevó la llave del abolengo taurino cordobés. ¿Verdad, Machaco? —les decía yo a estos chavales...
—Sí señó, ya le estoy a usté oyendo, amigo Antonio —contestó Machaquito—. Hay que brega mucho pa llegar a esto de tené una finca. Ya verá usté luego, cuando estos chaveas se pongan delante de las novillas, cómo no se acuerdan de la chapa que dise: «Propiedad de don Rafaé Molina».

El hierro y la divisa en el libro de José Emilio Pinar, “Indicador de hierros, divisas y señales de ganaderías asociadas, por... Con cartas del Excmo. Sr. Duque de Veragua y de D. Ángel Caamaño (El Barquero)”. Madrid, Hijos de E. Minuesa, (1914).
En esto estábamos, cuando se oyeron gritos de: ¡Ya vienen! ¡Ya vienen!... ¡Serrar las puertas de los corrales, y que se quiten tóos d'ahí, no s'asuste er ganao!... Y detrás del cabestraje, y acosadas por los vaqueros, entraron en el corralón cincuenta y tantas novillas, que habían de ser sometidas a la prueba de servir o no para ser dignas, madres de toros bravos y nobles que sigan dando prestigio a la famosa ganadería cordobesa de D. Florentino Sotomayor, que, en unión de sus hijos Eduardo y Francisco, asesorados por «el Rubio», conocedor de la ganadería, fueron escogiendo y desechando escrupulosamente las novillas que se iban probando.
La tienta de las reses la efectuaron los picadores Mazzantini y Sevillanito, auxiliados por Cámara, Algabeño, Zurito, Guerrilla, Baquero de Lora y otros aspirantes a diestros.
Pepito (Algabeño) hizo un verdadero derroche de toreo fino y elegante, ejecutando magníficos pases naturales; Cámara, toreó con buen estilo; Zurito, con valentía; Emilio Torres, que lleva en su cara los rasgos de simpatía, de su padre Emilio (Bombita), dio unos cuantos lances buenos; el hijo del ganadero Natera demostró arte y valor, del que tan necesitados están algunos profesionales; Guerrilla estuvo muy trabajador, y un aficionadillo apodado Saltamontes hizo el Tancredo, con gran aplauso de la concurrencia.
Una dama le preguntó si se atrevería a repetir la suerte, y Saltamontes la contestó con gracia:
—Zí, zeñorita; por ezá cara tan precioza zoy yo capá d'haserle er Tancxeo a la máquina del expré...
Cuando se terminó la faena de tienta pregunté al conocedor de la ganadería:
—¿Está usted satisfecho?
Y el Rubio me contestó:
—¡No está mal la cosa. S'han tentao sincuenta y cuatro novillas, que cuasi toa son de media sangre: Miura y Parladé, y argunas pura Parladé. Las que más se han destacao, a mi corto juisio, han sío «Olivita», hermana d'un toro puro de Miura; «Maravilla», «Judía», «Curtidora», «Vivorita», hermana d'er toro que se inutilisó en los corrales de la plasa de Madrid el año pasao, y que aluego se jugó en septiembre, resultando superió; la «Bilbaína» y la «Buscavidas». De las demás hay argunas que, con nota de regula, se quedarán en la piara, y las demás irán p'ar mataero, que D. Florentino Sotomayor, mi amo, es afisionao pundonoroso, y no quié que los mansos luscan su divisa.
Concurrieron a la fiesta, entre otras muchas personas: Doña Soledad Cabrera de Hoces, señora marquesa de Santurce, doña Enriqueta de la Coba Moreno, doña Ángeles Clemensón de González, doña Rosario Rodríguez de Valenzuela, doña Cecilia Mac-Pherson de Sotomayor, la marquesa de la Vega de Sera, y doña Emilia Sánchez Guerra de Vega Seoane, y señoritas María Luna Olivares, Maruja Machimbarrena-, Pilar Mendizábal, Consuelito Mendizábal, Pilarita
Sotomayor. Rosarito Padilla, Angelita. Clemensón y Maruja Fernández de Mesa.

La vacada descrita en el "Consultor Indicador Taurino Universal", de Ángel Carmona González (Camisero), en su 1.ª edición. Madrid, s.i., 1923. 
Entre los caballeros, además de los de la casa, se hallaban el conde de Artaza, don Bartolomé Valenzuela. D. Antonio Natera y su hijo D. Mariano, D. Félix Moreno Ardanuy, D. Miguel Rodríguez Gutiérrez, D. Santiago Jimena de Castro, D. Rafael Espinosa de los Monteros, D. Lope de Hoces y Olalla, D. Manuel de la Torre, el diestro José García «Algabeño», D. Antonio Herruzo Martos, D. Antonio de Hoces y Losada, D. Francisco Cano, D. Eduardo, D. Juan Miguel y D. José Padilla, don Evaristo Peñalver, D. Emilio Torres Navarro, D, Diego León, D. Antonio Cámara Meléndez, D. Rafael Pérez Herrera, D. José Osuna Cruz, D. Antonio Ramírez González, el marqués de Murrieta, don Joaquín Gómez de Velasco, D. Juan Barasona Santaló, D. José Escobar, el Marqués de Santurce, D. Rafael González Madrid y D. Francisco Gavilán Bravo, y los aficionados madrileños: el senador del Reino D. Carlos Prast, el director del International Bank D. Manuel Aleixandre, el concejal del Ayuntamiento de Madrid señor Regúlez, el rico industrial Sr. Naón, el ex diputado provincial D. Bernardo Martín, el notable artista D. Carlos del Pozo, el famoso arquitecto D. Antonio Palacios y otros.
El rumboso ganadero, auxiliado por su encantadora hija Pilar Sotomayor, hermosa cordobesita, que no se sabe qué admirar más en ella, si su hermosura o su modestia, colmaron a sus invitados de atenciones y agasajos.
A poco de atardecer, llegamos a Córdoba, la Sultana. El famoso Guerrita, en el Club que lleva su nombre, les dirigía
a sus fervorosos creyentes la palabra.. Estos le escuchaban como al oráculo. Hablaba de toros, y me pareció oírle decir: «Tenéis ostedes que desengañarse. Joselito sostenía con su arte a la afisión. Parmó José, y hoy no dan unos y otros más que mítines en la plasa y ajuera de la plasa».
Conejito asentía a las palabras del maestro, mientras un hombre gordo, muy gordo, profundamente dormido sobre un sillón, roncaba. Aquel hombre de irrisoria figura fue en sus tiempos juveniles un guapo mozo, banderillero del señor Salvador Sánchez (Frascuelo); se apodaba Bebé, y un toro lo dejó inútil para el toreo.

El Club Guerrita, que el padre de un servidor visitaba, de niño, cuando podía, en contra de la opinión materna. El califa a la izquierda de la imagen (Foto: cordobapedia.wikanda.es)
Más allá, y sentado junto a la, mesa de un café del paseo del Gran Capitán, hallábase un viejo curtido por el sol y agobiado por los años, pero sin dejarse aún vencer por ellos. Oía con displicencia hablar de toros a los amigos, y apuraba la colilla de un cigarro puro, que llevaba, nerviosamente de un lado a otro de la boca. La cara de aquel interesante viejo no me fue desconocida, y acercándome a él le dije:
—Usted perdone esta libertad que me tomo. ¿Se llama usted Juan Molina?
—Juan Molina me llamo, pa zervirle.
Estreché la mano de aquel gran torero, hermano de Lagartijo, y me preguntó:
—¿A quién tengo el honó de saluá?
Y le contesté:
—A un aficionado madrileño que fue admirador suyo..
—Grasia, muchas grasia; s'estima er piropo.
—Salud, señor Juan.
—Váyaste con Dio, amigo...
En la cara del famoso torero se dibujó una sonrisa, y de sus ojos se escaparon unas lágrimas. A poco, se levantó, y se echó calle abajo. La pianola de un «tupi» tocaba un pasodoble torero, y por la calleja obscura, con el cuerpo erguido y marchando airosamente al compás de la música flamenca, iba el señor Juan Molina, más joven que nunca, llevando el compás como cuando hacía el paseo de las cuadrillas.
Buscando filigranería cordobesa, un guardia me contestó:
— Aquí ya no quea más filigrana que la Mezquita; er toreo es vurgá: las costumbres, vurgares; en vé de montilla, se beben «coiteles». Los toreros viejos le daban carté a la tierra; los jóvenes, ni ná, ni ná.
—Pero no me negará usted, señor guardia, que aún quedan en Córdoba flores y caras más bellas que las flores en la serranía.
—¡Eso, hasta morí!
A la luz de la luna las ermitas de la sierra de Córdoba parecían de plata; a mi llegaron, en la noche plácida, los ecos de una canción de cadencia mora, y mirando hacia la serranía, lugar de misteriosas leyendas de moros y cristianos, fui recordando aquella famosa oriental del poeta Zorrilla:
«Ven a Córdoba, cristiana;
sultana serás allí,
y el sultán será, ¡oh, sultana!,
un esclavo para ti.
Te dará tanta riqueza,
tanta gala tunecina,
que has de juzgar t u belleza
para pagarle mezquina,
Dueña de la negra toca,
por un beso de tu boca
diera un reino Boabdil;
y yo por ello, cristiana,
te diera de buena gana
mil cielos si fueran mil».

ANTONIO CASERO

Córdoba, mayo 1923".


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